[dropcap]D[/dropcap]icen que el famoso torero Rafael Gómez «El Gallo» era muy supersticioso. Hoy sería protagonista de las cardiorrevistas, como lo fue en las tertulias y comidillas del primer tercio del siglo XX, por sus romances, por sus dichos — fue él quien popularizó la frase «hay gente pa to» cuando le dijeron que Ortega y Gasset era un «pensador»– y por sus escándalos taurinos. Tenía terror por los lagartos y si alguien los nombraba en el callejón se negaba rotundamente a salir al redondel, por miedo a la mala suerte, ¡y lo cumplía!.
¡Lagarto, lagarto! Se trata de una interjección agorera que hoy se usa poco, pero que hasta hace no mucho se empleaba para alejar el mal de ojo y otras afecciones de la mala fortuna, acompañada de cruces de los dedos índice y corazón. Mucha gente lo hacía a dos manos.
¿Dónde está su origen? Federico Bravo Morata nos relata que hacia el final del reinado del gran Carlos III se establecieron relaciones diplomáticas con la Sublime Puerta, o sea, con el Imperio Otomano. Y el primer embajador turco que llegó a Madrid lo hizo acompañado de un numeroso séquito y exóticos regalos, entre los que figuraban camellos «de dos jorobas» y dos cocodrilos del Nilo. Se organizó una fastuosa cabalgata vista con estupor por los madrileños. Al contemplar aquellos enormes y satánicos reptiles una monja, empavorecida, cambió el «¡vade retro!» por el grito «¡lagarto, lagarto!». Ello fue acogido con alborozo por los chisperos, majos y manolos, y de Madrid pasó a ser un dicho castizo en toda España.
¿Qué fue de aquellos cocodrilos? Sigue la crónica diciendo que se les alojó en una habitación del Palacio Real, donde se les podía ver bajo el cuidado de unos domadores. Causaba pasmo comprobar que podían comer de todo, incluyendo clavos y tuercas, y que siempre que entraba en la habitación una mujer, con aquellas amplias faldas que eran la moda de entonces en la corte, se ponían a bramar como locos. Seguramente era así estimulados a ello por los cuidadores. Que, por cierto, eran muy listos. Se les ocurrió decir que las lágrimas de cocodrilo servían para curar los «males de amor (???) y … las almorranas». Y las vendían en frasquitos a precio de oro.
Al cabo de un tiempo, aquellas visitas cesaron, dicen que por algún desmán de aquellas fieras… El caso es que se hizo cargo de ellas un «descendiente del Gran Capitán«, que las llevó a sus posesiones «en el occidente de España». Y aquí se acaba la historia, o historieta, de aquellos cocodrilos del buen Rey-alcalde de Madrid.
¿Que qué más os puedo contar? Pues veréis. Cuando yo tenía diez años me llevaron a un campamento infantil cerca de Navacerrada, con mis compañeros del cole, hoy Chisperos de San José. ¡Inolvidable! Había por allí muchos, muchos lagartos, que eran cazados con gran habilidad por un curioso personaje que actuaba como cocinero y que hacía de todo. Muchos teníamos aquellos lagartos como mascota, que atábamos por la noche al mástil de nuestra tienda y a la mañana siguiente no estaban, con gran disgusto por nuestra parte.
Después, durante mis vacaciones veraniegas buscaba y cazaba, con mis primas, lagartijas, ranas y otras sabandijas, que metíamos en cajas vacías, y que volvían a estarlo al alba del nuevo día
Pasaron los años y, ya mayor, un día vi y cacé un hermoso lagarto verde en las cercanías de Alba de Tormes, con la idea de tenerlo en un terrario como mascota de mis hijos. ¡Era una preciosidad!. Pero a Pili –¡bendita sea!– no le pareció buena y se lo regalé –con el terrario– a mi buen amigo Heliodoro Morales, párroco en el Alto del Rollo, aficionado a la Paleontología y descubridor de algunos buenos yacimientos en los escarpes del río Tormes. Algún día os contaré anécdotas que vivimos juntos.
Poco tiempo después me encontré con aquel activo sacerdote y le pregunté por el lagarto.
–Pues mira –me dijo– lo llevé a esa residencia de monjas que está al lado de mi parroquia y a los dos días se oyeron unos gritos que parecían la sirena de una fábrica, de lo potentes y agudos que eran. Acudí corriendo para ver que estaba pasando y me encontré a las monjitas chillando despavoridas en la capilla. Resultó que el dichoso lagarto se había escapado y se presentó de pronto al lado de una de ellas. ¡Figúrate el susto que se llevó! ¡Y el pánico se contagió a todas! ¡Muchas estaban de pie en los bancos!
¿Qué gritarían? ¿¡LAGARTO, LAGARTO!?
7 comentarios en «¡Lagarto, lagarto!»
Buenas tardes, Emiliano.
Tengo que reconocer que me resulta divertido leer esta ocurrencia pero si tuviera que vivirla, yo estaría en el grupo con las monjas.
Soy, he sido y seré de las personas que chillan, se suben a una mesa o a una silla si veo a mi lado un «animalito de esos» que se arrastran.Es superior a mí.
Me gustaría ser más valiente en ese aspecto pero……creo que nunca lo conseguiré.
Mientras, prefiero seguir siendo espectadora de la última fila, así estoy más cerca de la puerta para salir corriendo.
Hoy soy, tu amiga la miedosa.
Querida amiga: conociéndote como te conozco, sé que si tuvieses que hacerlo, cogerías un lagarto, y hasta una culebra, con las manos. ¡De miedosa, nada! ¡Eres una mujer muy valiente!
Un abrazo
Curiosas anécdotas y vivencias que siempre resultan instructivas y arrancan una sonrisa. Gracias, amigo. Un abrazo.
De nada, Armando. Me alegra saber que estas vivencias mías alegran a los demás.
Un abrazo
Un amable lector me ha enviado una carta muy instructiva e interesante que copio a continuación:
«En el artículo dedicado al torero Domingo Ortega, se cuenta una anécdota en la que el autor atribuye a El Gallo, un comentario sobre Ortega y Gasset. El torero dice, al enterarse de que Ortega es filósofo: «Tié q’haber gente pa’tó».
La anécdota original es muy anterior a la filosofía de don José, pero, como ocurre a menudo en estos casos, los protagonistas primitivos se sustituyen por otros, según convenga a la época del relato. Esta anécdota la cuenta Salinas, con su inigualable estilo, en el ensayo La gran cabeza de turco o la minoría literaria, en el epígrafe de este ensayo «¡Oh, torero, modelo de comprensión!». El protagonista es Lagartijo (que murió en 1900, cuando Ortega y Gasset no tenía los 20 años) y está relacionada con un histólogo madrileño que visita Córdoba. Lagartijo, «varón de parvas letras y mucho seso», conoce al madrileño a través de su amigo don Fernando X, catedrático de Instituto y, cuando este último explica al torero que el señor es histólogo, Lagartijo pregunta: «¿Y ezo, qué é’. La explicación deja perplejo al torero, que dice: «Ná, ná, don Fernando, que azi ez er mundo. ¡Hay gente pa tó!’.-»
Desde estas líneas doy mis más sinceras gracias a este lector. Confieso que lo que sabía del asunto es que se le atribuía a Rafael Gómez «El Gallo», no a Domingo Ortega, torero más moderno, ni a «Lagartijo», mucho más antiguo. En esto de las frases célebres ya sabemos que muchas son falsas, otras nunca se dijeron y otras se inventaron. Hubiera quedado mucho mejor el relato «Lagarto, lagarto», poniendo a «Lagartijo» como protagonista.
Un abrazo
Emiliano Jiménez
Pues muchas gracias por su aportación, yo también había oído la historia atrubuída al cado de Rafael y José Ortega y me complace conocer la posibilidad de que fuese Rafael Molina Sánchez, el gran Lagartijo, su autor.
Pues muchas gracias por su aportación, yo también había oído la historia atrubuída al caso de Rafael y José Ortega y me complace conocer la posibilidad de que fuese Rafael Molina Sánchez, el gran Lagartijo, su autor. Eso sí, el acento cordobés no me parece muy bien reproducido.