El gran negocio de la Humanidad (con mayúsculas) en estos momentos sería combatir el cambio climático y avanzar en la conservación de la Naturaleza.
El de otros (con minúsculas) es el negocio de la guerra y promover el deterioro del medio ambiente. El primero de estos negocios va sobre estirar un poco más (o un mucho más, todo depende) la vida de la especie sobre el planeta Tierra, nuestro hogar natural y el que nos ha dado sustento y forma. Es la propia Naturaleza la que nos ha diseñado como especie adaptada a nuestro medio ambiente terrícola para concordar con ella, y al tiempo nos ha permitido un margen de intervención y libertad no destructiva -no suicida- que debe respetar los equilibrios naturales, tan necesarios
para nosotros como para cualquier otro ser vivo. Necesitamos buen aire, agua de calidad y suficiente, y una buena dosis de belleza, o sea, de biodiversidad y ausencia de contaminantes, para poder sobrevivir física y espiritualmente. Quien destruye su casa, se queda a la intemperie.
La ensoñación tecnócrata y ególatra de una burbuja artificial que nos permita aislarnos, desentendernos, y tirar por la borda nuestro planeta, con todo lo que contiene, incluidas diversas especies animales, como por ejemplo las grullas (en este momento viajando y vistiendo el cielo con su magia), pero también especies vegetales, como las que constituyen los bosques, nos curan enfermedades, o nos dan de comer, es una fantasmagoría de mentes averiadas. Desentendernos de nuestro planeta y su conservación es suicidarnos, agostando y secando nuestra raíz nutriente.
El segundo de estos negocios (primero en el orden prioritario de los bárbaros), el de la guerra, va sobre estirar un poco más el negocio mortal de las armas, y los beneficios económicos de los de siempre.
Hay una forma rápida, práctica, y pacífica, de no tener que gastar mucho dinero en guerras: no votar a energúmenos y optar por políticas justas, de equilibrio, y de igualdad.
Y con energúmenos me refiero, claro está, a políticos tóxicos y prepotentes como Trump, Putin, Abascal, Milei, Meloni, o Ayuso. En otro tiempo podríamos haber incluido en este grupo tóxico a Bush, Aznar, o Blair, y más atrás en el tiempo a Hitler, que también salió de las urnas y era un fans de la guerra total y de la industria bélica.
Lamentablemente, uno de los negocios fundamentales, motor de su economía, que ostenta poder omnímodo en el régimen de USA (ese poder de la industria bélica que denunció un atemorizado Eisenhower), es la fabricación y venta de armas. Hay que darles salida creando guerras y matando gente.
Crear grupos terroristas de vez en cuando y darles oxigeno, forma parte también de este intrincado negocio, que suele acabar con la reconstrucción de lo destruido.
¡Es el mercado, estúpido!
O como decía el otro (seguro que era un «libertario» de motosierra), la «destrucción creativa». Algo de esto hay en la propuesta trumpiana sobre Gaza, como podemos ver en el vídeo que el emperador yanqui ha promocionado y compartido con sus fieles, donde se le ve a él tumbado en una hamaca playera paralela a la de su consuegro Netanyahu, ambos atiborrados de muertos y en el mismo escenario de sus crímenes.
Lo cual nos recuerda indirectamente a la reflexión que hizo recientemente Milei (apóstol de la motosierra y de la destrucción creativa) sobre la estafa con criptomonedas que él mismo impulsó desde su puesto en la Casa Rosada.
Ha venido a decir, este genio de las finanzas, que los que se han dejado estafar por él (oficialmente presidente de Argentina), confiando en su recomendación monetaria en la red social de su colega Elon Musk, se lo merecen porque demuestran que son tontos. Y probablemente cuando piensa en ese «merecimiento» del castigo en forma de estafa (por tontos), lo hace en un doble sentido: se lo merecen por haberle votado a él y se lo merecen por haber confiado en su palabra. Una cosa lleva a la otra y viceversa.
En resumen, se trata de expandir el caos, la destrucción y el desconcierto, para ver si de ahí surge algo… creativo. Que sería la forma «libertaria» de interpretar aquel dicho de «A río revuelto, ganancia de pescadores»… De pescadores mafiosos, claro.
Y esto nos viene al pelo también para recordar que las urnas nos dan la oportunidad única y valiosa (un privilegio democrático que se renueva en cada elección) de demostrar nuestra prudencia, rechazando a estafadores y violentos, forofos de la corrupción y negociantes de la guerra.
Pero como estamos hablando de fanáticos del mercado y su desregulación, digamos que la desregulación específica que necesita el negocio de la guerra para que rule bien y se obtenga una buena cosecha de muertos, proporcional a la de los beneficios dinerarios que se esperan, es aquella desregulación mercantil y política que acabe con todos los frenos y controles de la guerra, como los que acometen con más o menos éxito (controles indispensables no obstante) instituciones tales como Naciones Unidas, el Tribunal penal internacional, el Derecho internacional, etcétera. De ahí que a lo que se dedican ahora de lleno Trump y sus secuaces cacócratas, es a acabar con esas instituciones de control diseñadas para favorecer y proteger la paz.
Lo que prima es el negocio. Que es un poco lo que denuncia El Roto en una de sus últimas viñetas titulada «tierras raras”: «Todo coincide: cavas tumbas y aparecen tierras raras».
Vivimos tiempos raros, sin duda, pero reconocibles.
2 comentarios en «Los negocios de la guerra»
El problema, amigo, es que no sólo Trump y sus incondicionales apuestan por el rearme. Es que casi todos los gobiernos europeos están de acuerdo en la premisa de la que parte Trump: que Rusia es un gran peligro al que nos tenemos que enfrentar (militarmente). Las urnas valen, pero no mucho. Las propuestas pacifistas del SIPRI (Instituto Internacional para la Paz de Estocolmo), Centre Delàs para la Paz, y el ecopacifismo en general, son viables y necesarias, pero están siendo silenciadas desde la mayoría de los medios metiendo un ruido ensordecedor para cambiar (ya casi lo han logrado), la opinión pública.
Propones tiritas para curar una úlcera. Dices: Hay una forma rápida, práctica, y pacífica, de no tener que gastar mucho dinero en guerras: no votar a…Ayuso. Pues a quien no hay que votar es a aquellos gobiernos que fomentan la fabricación de armas, que consideran la defensa como un asunto militar, a quienes apoyan a uno u otro bando en conflictos armados en lugar de fomentar una cultura del diálogo entre pueblos. A quienes consideran que la industria militar es un gran negocio que da puestos de trabajo y se hacen un lavado de cara del ejercito enviando de vez en cuando a militares a tareas civiles de salvamento. A quienes venden armas a países en guerra o que cometen genocidios como actualmente en el caso de Palestina. A quienes nos tienen y mantienen en estructuras militares que amenazan la paz y dependen del antojo de tiranos como Trump. Como ves, el abanico de a quién no votar se amplía mucho más de lo que indicas.