[dropcap]S[/dropcap]i se dice de alguien que es un calavera, todos entendemos que se trata de un hombre disipado, un juerguista, un irresponsable, un mujeriego.
[dropcap]E[/dropcap]n cierta ocasión asistí a una conferencia sobre arte románico. A uno de los «expertos» se le ocurrió decir que debíamos limitarnos a ver el que se da en las catedrales, ignorando el que hay en las pequeñas iglesias de los numerosos pueblos de la geografía española. Muy querido, sí, por ser el de nuestro pueblo, pero más tosco y que, por ello, no debería tenerse en cuenta en obras generales.
[dropcap]E[/dropcap]ntre los años 78 y 90 veraneé en una caravana aparcada al lado de una granja entre Tapia de Casariego y Salave, en el Occidente de Asturias. El granjero, Segundo Martínez Jarén, disponía de una gran cantidad de libros que habían atesorado su padre y su abuelo. Algunos eran del siglo XIX. Tuve ocasión, gracias a ello, de leer la Historia de España del Padre Mariana y la de Modesto Lafuente, y aprendí de ellos que, cuando lees un libro, siempre hay que vivir el momento y las circunstancias en que se escribieron dichas obras. Y desde entonces me he preguntado qué dirán de los acontecimientos que yo he vivido dentro de, pongamos, cien años.
[dropcap]H[/dropcap]oy voy a hablar de alacranes. Sus picaduras son muy dolorosas, como las de las víboras, y producen fiebres, pero en España no suelen ser mortales salvo que haya complicaciones motivadas por otras dolencias, como algún tipo de alergia, por ejemplo. Lo mismo, aunque en menor grado, se puede decir de las avispas…
[dropcap]E[/dropcap]l más grande motivo de orgullo de un profesor es ver cómo sus discípulos logran triunfar, alcanzando las más altas cumbres en aquello a lo que dedicaron su saber.
– ¿Y qué cree usted que eran más picantes, aquellas ñoras de Valero o las guindillas del «Tío Veneno», de Cerezo de Río Tirón?