[dropcap]L[/dropcap]o verdaderamente extraño en nuestra singularidad civil y política es que Rajoy haya durado tanto, si es que podemos dar ya por cerrado su ciclo político.
Las infames consecuencias de su mandato en el ámbito de lo social, están descritas con detalle en el último informe de Oxfam Intermon.
Desde el principio gobernó contra la gente y a favor de los mercados, y como demuestra con datos el informe mencionado, puso todo su talento, o mejor dicho, su poder, al servicio de ese 1% de la población que se beneficia (ahondando en las desigualdades) de las prácticas del neoliberalismo y su falta de reglas. “¡Hay que respetar las reglas!” suelen decir, pero la principal y más importante es que no las haya. Al menos para ellos.
También desde el principio de su legislatura, quedó en entredicho su apoyo a las prácticas corruptas y a los corruptos, y los obstáculos a la justicia para investigar y perseguir los delitos de corrupción, culminando en esa aparente pero rocambolesca destrucción de pruebas que define todo un escenario.
Ambos aspectos de su acción de gobierno convergen hacia una conclusión poco favorable: que el mejor criterio de selección y competitividad desde la perspectiva ideológica que rige su acción, es la falta de ética y la habilidad para el delito.
Pues bien, a pesar de todo ello Rajoy ha durado toda una legislatura.
¿Cómo es posible?
A dilucidar ese enigma deberían aplicarse todas las energías especulativas, todos los esfuerzos de los politólogos, todos los desvelos de los expertos constitucionalistas, y todos los estudiosos del carácter de los pueblos y las sociedades.
[pull_quote_left]Lo que nos caracteriza, aquello que nos distingue de los demás pueblos de nuestro entorno es nuestra demostrada y aquilatada conformidad con la corrupción, nuestro refrendo sustancial y reiterado con votos a quien descaradamente infringe la ley y se lleva la pasta[/pull_quote_left]Supongo que será también un interrogante y un foco de interés en los estudios históricos del futuro, cuando se desclasifiquen secretos, y se analicen los mensajes del presidente a su famoso tesorero, o se conozcan los detalles de la destrucción de sus discos duros. Autores, órdenes, jerarquías, y circunstancias que rodearon a esas bandas organizadas para el crimen, que amparadas en la costumbre de la impunidad o en el engranaje de la corrupción sistémica, no tenían reparo y escrúpulo en destruir pruebasdelante de las mismas narices del juez.
Y será objeto de análisis histórico también -cómo parte del mismo enigma- la victoria renovada del PSOE en la Andalucía de los EREs. No vale ponerse de perfil.
Y todo ello nos retrotrae a la clásica pregunta de Platón ¿pueden los violadores de la ley ser los guardianes de la república?
Lo he dicho ya y lo repito de nuevo: entre tantas variables, entre tantas novedades políticas, entre tantas crisis y revuelos, lo que nos caracteriza, aquello que nos distingue de los demás pueblos de nuestro entorno (con la excepción quizás de los italianos, que tienen la tradición y costumbre de la mafia), es nuestra demostrada y aquilatada conformidad con la corrupción, nuestro refrendo sustancial y reiterado con votos a quien descaradamente infringe la ley y se lleva la pasta.
Por supuesto, el voto es libre y cada cual es muy dueño de destinarlo a quien crea conveniente, pero eso no impide que nos interroguemos sobre lo que a todas luces es evidente: somos un caso aparte, un caso singular.
Porque a pesar de los condicionamientos que siempre el poder constituido impone, hemos superado ya otros momentos históricos de puro fascismo político, y el ciudadano tiene margen y libertad (a pesar de la manipulación de los medios de comunicación oficiales) para informarse, opinar, y decidir.
Por tanto, el enigma persiste y es real, y su estudio necesario de cara a un futuro si se quiere que este sea posible.
O dicho de otra forma: si no vemos en esto un misterio digno de atención y explicación, no tenemos futuro, como no sea el de república (o monarquía) bananera.
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