[dropcap]C[/dropcap]onstituye la frase más famosa del monólogo de Hamlet, príncipe de Dinamarca, sobre la vida y la muerte. William Shakespeare -en sus reflexiones sobre ambas, expuestas en dicho soliloquio- quizás fuera el antecedente cercano, preeminente, del existencialismo. Sartre tituló su obra sustantiva “El ser y la nada” con evidente analogía respecto a la obra shakespeariana. Ortega, dentro de su peculiar perspectivismo, también recorrió la senda existencialista. Ello, le llevó a advertir: “La vida es futurización, es lo que no es”. Observamos una clara avenencia entre los tres autores a la hora de titular o definir sus discernimientos. Shakespeare quiebra una concepción esencialista del hombre, propia de la filosofía clásica, para abrir un nuevo interrogante donde la existencia (y su angustia vital) ocupa el arranque de cualquier lucubración en los dos últimos siglos.
Cierto es que empirismo (escuela que preconiza la propia experiencia como método para llegar al conocimiento) y fenomenología (sistema cuya tesis indica que solo podemos conocer los fenómenos, nunca el ser-objeto) coexisten, mientras atesoran preferencias (no exentas de vacilaciones), con el existencialismo durante los siglos postreros. El individuo, sometido a presiones límite, se aferra al relativismo en sus diversas formas. Así se va construyendo una sociedad vacilante, perdida, manejable, cuyos añejos valores -morales o éticos- han sido sustituidos por otros de reciente cuño donde destacan codicia, egocentrismo, abuso e insolidaridad. Vemos con estupor, asimismo zozobra, como poco a poco nos deslizamos sin freno a un abismo insondable. Peor que el destino resulta esa estulticia casi irracional que nos empuja sin oponer resistencia. Un refrán popular indica: “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no presta”; es decir, necedad y desastre son compañeros de un viaje alejado de cualquier escapatoria educativa, restauradora.
De entre las varias rutas inciertas emprendidas por gobiernos pérfidos e impulsadas por una sociedad necia, estúpida, cabe señalar el Estado Autonómico, su avidez, y en especial aquellas Autonomías que se consideran a sí mismas con identidad nacional. Ahora, Cataluña preocupa al pueblo español debido a la situación de quiebra social y a la imagen que brinda al mundo entero. Los independentistas aducen oscuras razones históricas para exigir independencia y república. Al parecer, su génesis como pretendido reino dataría de la primera mitad del siglo XIII. Reivindican conjuntamente, quimérica tesis, Valencia y Mallorca en esa unidad llamada Países Catalanes. Lo que ellos denominan Reino-Principado-Condado de Cataluña aparecía formado por varios condados-territorio (no administrativos) situados en el área geográfica de la actual Autonomía y otros allende los Pirineos, hoy Estado francés. Más razones históricas tendrían Valencia, Sevilla, Badajoz, Toledo, Zaragoza, etc. “reinos de Taifas” a finales del siglo XI. Llegaríamos al Estado plurinacional efectivo, a la España desvertebrada, a la nada.
Puedo comprender el sinvivir de políticos y sociedad catalana desde que una marea de independentistas superó ese palo y zanahoria que CiU astutamente exhibía ante los diferentes gobiernos nacionales
Puedo comprender el sinvivir de políticos y sociedad catalana desde que una marea de independentistas superó ese palo y zanahoria que CiU astutamente exhibía ante los diferentes gobiernos nacionales. Era el statu quo perfecto. Venteando la bandera del independentismo conseguían miles de millones y competencias jamás imaginadas. Ese mensaje reiterativo, pertinaz, de “España nos roba” y parecidos eslóganes, acabó por imponerse al paripé de un soberanismo de pega. Necesitaban nutrir la llama nacionalista para mantenerse en el poder y, cubriéndose con la bandera catalana, forjar una panda que saqueó, presuntamente, Autonomía e instituciones adyacentes. En aquellos años de González, Aznar y Zapatero, no eran independentistas, ni mucho menos; pancismo e intereses espurios fundamentaban su ADN político. Pero hace tres años, una diada multitudinaria les hizo ver el monstruo que habían creado. Solo restaba huir hacia adelante y aquí, en esta tesitura molesta, irreversible, suicida, nos encontramos.
Imagino, si es que les queda algún escrúpulo, el abatimiento del señor Mas. Menos de los presos o fugitivos porque consintieron una situación advertida. Quisieron acreditarse héroes nacionales y terminarán por emerger tontos inútiles. Hoy, el Parlament se ha embarrado debido a la divergencia JxCAT y ERC a la hora de delegar o designar los diputados presos o huidos. Se ha resuelto a favor de la concordia, aunque el desgarro sigue intacto. Era lo esperado, pues ni el gobierno catalán -junto a sus apoyos- ni Sánchez (y su soporte) quieren elecciones anticipadas. Torra y Torrent deben andar como el verso de Santa Teresa: “Vivo sin vivir en mí”. Vacilan si ser (nacer, vivir cual políticos en el alambre) y exponerse a la cárcel o no ser (fenecer políticamente e iniciar otro aliento porque la muerte es causa de vida) disfrutando del sueño de estar vivos incorporados a un bucle dulce e ilusorio. Creo que todas sus angustias, fiascos y velas, terminarán en la mazmorra social por “traidores” o en el cautiverio judicial por presuntos y graves delitos penales. La gilipollez acaricia su peaje.
El pueblo catalán padece sus demonios internos y otros externos disfrazados de políticos patriotas. Semejante carga les hace transitar por un viacrucis que, a poco, siente sustituirse tomando cuerpo una turbulenta mezcla de intolerancia, agresividad e inconformismo. En un vaivén mecánico -grupos minoritarios, pero muy fanatizados- van por libre, han abandonado el no ser aupando el ser a extremos que empiezan a desazonar a sus mentores. Han eliminado el orden facilitando, de este modo, la irrupción lógica de gentío acéfalo, agreste, anárquico, rabioso, subsumido por un separatismo impostado. Uno ve ciertas imágenes, atesora información, y se sorprende (pese a los años) de la sandez infinita que encierra el género humano.
Sánchez, presidente inusual, paga su ambición mostrando cuan postizo tiene el ser. Un doctorado lacio y falso; compromisos incumplidos; apariencia fraudulenta, estilo, carácter y palabra hipócritas; amigo del escondite, de silencios inconclusos, evita contra viento y marea dejar la presidencia, el sillón, las sinecuras, el no ser. He aquí quien arrastra una vida dificultosa, mostrenca, indefinible, huidiza, pero lo prefiere a la tranquilidad anodina del que abandona focos y prebendas. Rearmando la disyuntiva, ambición o silencio sustituyen al antañón ser o no ser.
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