«La vida de los muertos se conserva en la memoria de los vivos». Así lo escribió de manera magistral Cicerón en la Filípica contra Antonio. En cualquier creador, la obra perpetúa su recuerdo, pero aunque la obra permanezca, también son necesarias iniciativas, como la que en estos días puede contemplarse en la Casa de las Conchas. Con ellas, y otras como esta, es posible perpetuar entre nosotros el recuerdo de los grandes artistas y evitar que el paso del tiempo acabe por diluir su recuerdo. Que no nos ocurra lo mismo que ha sucedido con otros creadores de primer nivel que en su momento dieron gloria a Salamanca. Fernando Gallego es el caso extremo. El pintor más importante de Castilla en el siglo XV, salvo para los especialistas, había caído en el olvido, a pesar de que recientemente se le dedicó una calle en una zona de ampliación de la ciudad. Afortunadamente, el espacio dedicado en el nuevo Museo del Palacio Episcopal ha recuperado en parte su memoria.
Lo mismo podríamos decir de otras épocas y autores, pero ahora nos interesa una, la segunda mitad del siglo XX y primeros años del XXI. Durante este periodo de tiempo Salamanca pudo disfrutar de una generación increíblemente buena de artistas. Y Agustín Casillas es uno de ellos, prototipo de artista completo que, una vez consolidado su singular estilo, contribuyó a dignificar la fisonomía de la ciudad con un elevado número de esculturas monumentales, amén de incontables relieves. Casillas es junto a Mayoral el escultor que más obra urbana ha dejado en nuestra ciudad. Obra, además, de calidad, de la que gana con el paso del tiempo. Pero como es de suponer, un artista, más en aquellos tiempos, no podía vivir solo de la escultura monumental. El grueso de su obra son las piezas de tamaño medio o pequeño que fueron llegando a muchas instituciones y coleccionistas particulares. Sin ellas es imposible completar el estudio de su estilo y obra. De ahí la necesidad de estas exposiciones que, poco a poco, a mayores de mantener vivo su recuerdo, permiten a los especialistas profundizar en el análisis de una obra tan fecunda como valiosa.
De Agustín Casillas, afortunadamente, se han realizado ya varias exposiciones póstumas. Ahí no queda más remedio que reconocer y agradecer la tenacidad de sus hijos, Antonio y sobre todo Lydia, que batallan sin descanso para que el legado artístico de su padre se mantenga vivo en la ciudad. Sin embargo, esta exposición es distinta a las anteriores, porque se centra en un tema específico, el de la mujer. Desde 1978, es decir, desde hace casi cincuenta años, no se había abordado monográficamente, cuando todos sabemos lo importante que ha sido en su obra. La presencia femenina, comenzando por la madre, es una constante en la vida de Casillas. Y eso le lleva a crear unos prototipos que, pese a la inevitable evolución del estilo en la trayectoria del artista, una vez consolidados, han permanecido constantemente en su obra, hasta el punto de que, sin saber mucho de arte, uno los identifica al momento.
El estilo de Casillas se asienta en el realismo naturalista que le inculca su maestro, Soriano Montagut. Con la sólida formación academicista que se recibía entonces en las escuelas de arte, pero también con la apertura intelectual del gran escultor que Salamanca tuvo la fortuna de acoger entre 1925 y 1945, Casillas hace evolucionar su estilo de manera autodidacta. Las influencias biomórficas de Arp y Moore le seducen y llevan, en muchos casos, a acercarse a la abstracción con una delicadeza exquisita. Después hará evolucionar su estilo hacia las formas más angulosas y contundentes que todos conocemos.
El tema de la mujer no es ajeno a las consideraciones estilísticas. Solo tenemos que descubrir los temas que tempranamente se fijaron en sus afanes creativos y, a partir de ahí, descubrirlo. El enorme respeto, casi veneración, con el que aborda la figura femenina, es otra de las constantes que le caracterizan. Da lo mismo que el tema sea mitológico o costumbrista, que aborde la maternidad, la alegoría, literatura o religión. El universo femenino de Casillas no es muy amplio, pero sí tremendamente sutil. Cada pieza ofrece infinidad de matices que conviene analizar con calma para descubrir hasta qué punto la mujer formó parte de su vida personal y, consecuentemente, quedó reflejado en su creación artística.
Fotografías. Pablo de la Peña.
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