El cabreo
España es un país de cabreos inútiles. Nos gusta enfadarnos con todo lo que nos rodea, protestar en la barra del bar, bajando la voz si de pronto entra alguien que pueda no estar de acuerdo, proponer lo que habría que hacer y terminar diciendo: “ya hemos arreglado un poquito el mundo”, lo que equivale a decir: ya podemos marcharnos a casa.
Sin embargo esa clase de cabreos estériles siempre tiene los mismos beneficiarios: Los poderosos. Voy a votar en blanco y se van a enterar, pero no se entera nadie, ni siquiera nos cuentan cuántos votos han sido en blanco. Voy a quedarme en casa y se van a enterar, pero los únicos que nos enteramos somos nosotros, porque no nos gobiernan con los votantes sino con los votos, con los que sí han ido, con los que no se han quedado en casa. Ni siquiera importa que sean muchos o pocos. Voy a votar a Phineas y Pherb, y con eso no voy a conseguir más que incordiar al vecino que está de presidente de mesa, que tendrá que anotar un voto nulo en los cuadernillos dispuestos al efecto y destinados a la incineración.

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