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Opinión

Suárez

Mientras escribo estas líneas, el hombre que lo ha olvidado todo pero al que no debemos olvidar se extingue poco a poco. Lentamente la bruma se hace noche, y aunque la luz que él emana se incrementa, hace ya mucho tiempo que no la ve.

El hombre que dio brillo a palabras que hoy están casi olvidadas –política, dignidad, pueblo-, se marcha sin saber que lo que construyó resiste, a pesar de las plagas de parásitos que están pidiendo a gritos un insecticida, pero aquellos que empezamos a reconocernos libres cuando él fue capaz de convocar la fuerza de la palabra nos sentimos llamados a prolongar la obra.[quote_box_right]Se marcha sin saber que lo que construyó resiste, a pesar de las plagas de parásitos que están pidiendo a gritos un insecticida[/quote_box_right]

El hombre que mantuvo en pie el valor en la noche del miedo, precisamente porque sabía quién era, se va sin saber quién es, pero nosotros que sí lo sabemos -incluso los que le quisimos aunque no le votamos, como se lamentaba él-, todavía agradecemos que cuando los más jóvenes se desaniman, cuando dicen que todo da igual y todos son iguales, podemos repetir que no todo da igual y no es verdad que todos sean iguales, y señalar con el dedo la época en que la política quería cambiar la vida y la cambiaba. Y a él como su símbolo.

El hombre del que nadie oyó jamás una mala palabra se marcha en silencio, como corresponde a esta época de gritos, y su silencio hace aún más elocuente la vaciedad de los vocingleros y la inanidad de los estereotipos. El representante de una generación de políticos que, al trabajar para sus ideas, trabajaba para los ciudadanos y jamás contra ellos, se marcha a ese lugar desde el que se dan lecciones eternas que llamamos Historia. Hace años que su cátedra le estaba esperando. O mejor su escaño, creo que le habría gustado más escaño.

Buen viaje, señor presidente.

 

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