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Opinión

Dictadura verde

Foto: Ical

[dropcap]C[/dropcap]ada vez que habla (sobre ecologismo: «dictadura verde»; sobre igualdad de derechos: «feminazis») a Abascal se le pone cara de Putin. Y este es un problema con el que a lo mejor no contaban sus publicistas y apologetas, y tampoco sus coaligados «liberales», pero es que hace apenas dos días el dirigente de VOX hacía causa común con toda esa tropa de bárbaros posmodernos, tal que un Putin, un Bolsonaro, un Trump, o un Orbán… que evidentemente han salido de un mismo molde ideológico, si es que no forman parte de una misma «Internacional» política.

Ocurre que como todos sabemos, a instancias de Trump hubo no hace mucho un asalto violento al Capitolio de Estados Unidos, y ocurre también que a instancias de Putin hay ahora mismo una guerra en Ucrania, además de una dictadura encubierta o declarada (sin complejos acostumbran decir ellos) en Rusia. Y ocurre que Trump y Putin son dos referentes «culturales» y colegas ideológicos del señor Abascal. Así están las cosas por mucho que nos indiquen que miremos para otro lado.

A buenas horas vienen estos promotores de la privatización y beneficiarios de las puertas giratorias a dar lecciones de política social y solidaria

Y es que aunque uno lleve barba (Abascal) y el otro vaya afeitado (Putin), sus cabezas funcionan de la misma manera. Si es que funcionan.

Sus discursos son indistinguibles y esto ya es una pista fiable porque la semejanza de discursos suele conllevar, por razones obvias y a través de una mecánica conocida (sobre todo si media el fanatismo), una semejanza de los actos.

Además, y para empeorar la perspectiva, ambos son hombres de «acción», es decir un tanto reacios a meditar las acciones que acometen, y ambos se declaran cruzados de una misma guerra «cultural» que junto a otros demagogos de su barra (Trump, Bolsonaro, Ayuso…) han declarado a los “infieles”.

Debemos considerar, para completar el cuadro, que entre esos infieles y resistentes a su propuesta «cultural» estamos todos los que no pensamos como ellos, es decir la mayoría de nosotros, que para nada somos gente rara y nos limitamos a vivir y dejar vivir al prójimo.

Coinciden también estos personajes tan peculiares en que suelen poner a Dios de su parte y como abanderado incontestable de sus causas y delirios nacionalistas. Así cualquiera.

Lo que no sabemos es si le consultan antes de alistarle. Por educación deberían hacerlo.

En lo que no coinciden es en el Dios concreto y particular que les respalda y bendice sus malas ideas y peores acciones (en no pocas ocasiones muy poco cristianas), porque uno es ortodoxo, el otro católico, y un tercero (el de Trump) puede que sea protestante.

Aún así les hacen coincidir, a estos dioses a la medida, que cada uno de ellos se fabrica a su imagen y semejanza, en el gusto por la violencia, las guerras, y el derramamiento de sangre. Que sin esto no hay cruzada que se precie.

Además sus dioses son siempre xenófobos. Qué casualidad.

Esto junto con la acostumbrada mitra episcopal que siempre se presta a poner el sello canónico a sus acciones, incluso a las más violentas, como hace ahora Cirilo con las de Putin, nos lleva directamente a su edad mental: la Edad Media.

Como hemos podido comprobar un Putin «sin complejos» enseguida saca a relucir sus misiles, y un Abascal «sin complejos» enseguida saca a relucir sus cojones. Este es el nivel.

Apenas les separa el grado de sofisticación de la balística. Por lo demás son bastante bastos.

Esta suerte de políticos y demagogos suelen tener un enorme éxito (más o menos duradero) entre los desesperados que los oligarcas producen

Algo que siempre sorprende a los que intentamos interpretar esta realidad tan pintoresca mediante el uso de la razón ilustrada, es que a pesar de ser instrumentos y aliados estrechos de los oligarcas (del Este y del Oeste según el caso), esta suerte de políticos y demagogos suelen tener un enorme éxito (más o menos duradero) entre los desesperados que los oligarcas producen. Un auténtico círculo vicioso que se alimenta de lo que excreta. Por un lado excretan precariedad y pobreza, y por el otro recogen votos desesperados. Es el único reciclaje que consideran útil.

Absurdo pero real. Como casi todo lo que nos rodea en estos tiempos raros.

Otrosí vemos que aquellos que aplaudieron a rabiar la privatización de todo lo que se meneaba en nuestro país, en beneficio siempre de los oligarcas (incluidos suministros básicos y estratégicos), ahora exigen a grito pelado que el Estado intervenga las eléctricas ante una situación que ya era dramática antes de la guerra y que ahora la guerra ha vuelto desesperada.

Que es lo que procede pero que a buenas horas vienen estos promotores de la privatización y beneficiarios de las puertas giratorias a dar lecciones de política social y solidaria.

Los mismos que ahora reclaman la intervención del Estado, ayer no se cansaban de predicar que «El Estado es el problema», y que si no hay Estado mucho mejor para todos. Sobre todo para todos. Laissez faire, sí, pero siempre que no les perjudique a ellos. Ya saben: privatizar los beneficios (en los bolsillos propios) y socializar las pérdidas (en los bolsillos de los demás).

Cuando hay alergia a pensar y uno se rige por lo que otros le cuentan según sople el viento favorable a la causa, se suele caer en este tipo de incoherencias pueriles.

Por ir acabando con una realidad palpable y consistente, poco sujeta a especulaciones y teorías, digamos que hoy los rusos no padecen una dictadura verde precisamente (ese gran peligro según el Abascal), sino que en consonancia con los tiempos que regresan, la suya es una dictadura parda de toda la vida, y además de inspiración divina. Como en los buenos tiempos de antaño.

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