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Opinión

El canto del régimen

El exministro del Interior, Jorge Fernández Díaz.

[dropcap]H[/dropcap]abrán oído hablar del «canto del cisne», pero no del «canto del régimen», de este régimen, que ya es un cisne moribundo.

Este régimen (y a él nos referimos) está cantando sus últimas estrofas (bastante desafinadas por cierto) a través de uno de sus tenores más representativos y ubicuos, el comisario Villarejo. Dios los cría y (como decía el otro) «el viento los amontona». Tales para cuales.

No sé si acostumbrados como estamos a una dieta de posverdades diarias (o mentiras, como dice el propio comisario) podremos digerir tanta verdad de seguido, hacernos ciudadanos adultos de un día para otro. Todo será intentarlo, y por una vez apagar la telebasura y leer la prensa seria.

Todo lo que vamos conociendo ahora (pero es historia larga que viene de atrás) sobre las cloacas y sentinas de este régimen que dicen ejemplar, atacado de corrupción hasta los tuétanos, en forma de revelaciones y descubrimientos sobre las campañas orquestadas contra Podemos, campañas que se ejecutaron de manera intensa y continuada, pero sobre todo de manera artera y tramposa, con participación de amplios y muy altos poderes del Estado, y de muy señalados y corruptos medios de comunicación, sin más motivo por otra parte que la constatación de que este partido nuevo que entraba en nuestra escena política impulsado por el 15M, no entraba en ella (y lo dejó claro desde el principio) para el «consenso» de la corrupción, el cambalache turnista, y el engaño de los ciudadanos, sino para la reforma de este régimen corrupto y decrépito, es de tal calibre inmoral, asunto tan feo y tan repugnante, que agranda y confirma la certidumbre de las muy graves carencias democráticas que arrastra dicho régimen, ya en fase de deterioro terminal.

Este estado de cosas está pidiendo a gritos reformas de calado si queremos tener un futuro digno de llamarse democracia plena.

Y desde luego, ni esas reformas ni ese futuro van a venir de la mano de los mismos que, con artimañas indignas y malversando dinero público (fondos reservados), orquestaron esas campañas de desprestigio basadas en falsedades y montajes ad hoc, que tanto nos recuerdan a las que orquestan siempre los regímenes totalitarios. A lo mejor, la expulsión de Pablo Iglesias de la vida política se ve ahora con otra luz.

Nuestra derecha-ultraderecha cae una y otra vez en una vieja y arraigada costumbre: no puede evitar hacer trampas. Creen firmemente en el juego sucio.

En lo que no creen es en el juego limpio, en la libre discusión de las ideas y la libre competencia de las opciones políticas. Es decir, no creen en la democracia.

Con este talante y esta actitud de partida, traducido todo ello en acciones ilegales y hechos delictivos, ocultos para aparentar otra cosa, para aparentar lo que no son y en lo que no están, mal pueden impulsar ningún «espíritu de rebelión cívica”, como dice su portavoz en el Congreso.

Quien no cree ni practica el civismo ni respeta el Estado de Derecho, y sólo cree y práctica la trampa, hará como siempre una rebelión, sí, pero en sentido contrario.

Mal pueden perseguir el bien común de los ciudadanos quienes los consideran sujetos febles en los que las mentiras (incluso las más burdas) arraigan fácilmente, y convencidos de ello les mienten una y otra vez en la cara.

En su agenda de parásito y beneficiario de este régimen y también de sus más indignos representantes (Cospedal, Rajoy, Fernández Díaz y colegas) Villarejo apunta (junio de 2017):

“La posverdad -la mentira-, algo que no ha ocurrido, pero que se presenta como cierto para dañar a otro”.

¿Habrá leído a Goebbels o solo a Maquiavelo?

Ni una cosa ni la otra. Es un digno (o indigno si se prefiere) producto del régimen franquista.

Leemos en El País:

«Lo que esos audios revelan, unidos a más de 10 años de investigación judicial de la corrupción del PP, es la participación de varios poderes del Estado en la batalla que libró el partido que detentaba el poder contra sus oponentes políticos…. buscando pruebas o fabricándolas -la mayoría de ellas, falsas-. Una vez conseguidas o confeccionadas, Interior difundía la infamia gracias al altavoz que le prestaron determinados medios de comunicación».

Y también:

«A este partido (Podemos) lo sometieron, casi desde su irrupción en la escena política, a todo tipo de ataques en los medios y los tribunales. Esta pena de telediario ha durado casi desde la creación de Podemos hasta nuestros días».

«El Gobierno del PP no solo espió con fondos públicos a sus adversarios, no solo buscó pruebas falsas contra independentistas catalanes o dirigentes de Podemos, no solo impulsó o amparó querellas en los tribunales de Justicia a sabiendas de la falsedad de los hechos que denunciaba, sino que, además, con la misma estructura, intentó destruir las pruebas de su propia corrupción”.

Es que -decimos nosotros- ocultar la corrupción y perseguir a los que quieren acabar con ella, forma parte de la misma estrategia.

Estos párrafos dicen mucho del estado de nuestra democracia y del «Estado de la nación» durante el gobierno del PP.

Contra esto hay que poner a trabajar (es cuestión de vida política y civil) a todas las fuerzas democráticas y a la prensa libre. Es decir, a la que no colabora (que es la mayoría) con según qué maniobras antidemocráticas y tramposas de juego sucio, que solo persiguen engañar al lector, al oyente, y en definitiva al ciudadano que vota… así engañado.

Mantengamos la esperanza de que los ciudadanos españoles, al menos esa gran mayoría de ciudadanos honestos, sabrán discernir y sacar las conclusiones pertinentes de estas realidades, y que en su momento sabrán distinguir en las urnas entre representantes y malhechores, esos que tanto rédito electoral deben a las cloacas y las maniobras fraudulentas.

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