Respeto a la infancia

Hoy quiero dedicar mi columna a las personas que no tienen voz, que no pueden decidir, a la infancia.
Como psicóloga infantil que soy y como persona, siempre me ha fascinado la etapa de la infancia y de la adolescencia, pero desde que soy madre, mi empatía hacia esta etapa se ha visto multiplicada por mil.

A menudo, escuchamos consejos de educación de toda índole, alejándonos de una crianza más instintiva. Sobre todo, tenemos una preocupación en nuestra sociedad por el “malcriar”.
Desde que soy madre, no paro de escuchar la misma pregunta una y otra vez: ¿es bueno tu niño? A ver, que me explique a mi alguien qué es un niño bueno y un niño malo.
Si, ya sé a qué se refieren: tomamos por niños buenos los que no se mueven, los que se están quietos, los que obedecen sin rechistar, los que duermen, los que no lloran, en definitiva, los que no molestan a los adultos. Pues me van a perdonar, pero yo prefiero que los niños puedan pensar y no obedecer sin preguntarse nada. Eso no es la esencia de la infancia.

Un niño ha de explorar, tiene que jugar, romper cosas, sí, sí, romper cosas, porque ellos no distinguen entre tu figurita de Rusia y una revista, para ellos tienen el mismo valor.
Por supuesto, que hay que enseñarles y ponerles límites, son absolutamente necesarios. La cuestión, y aquí querido lector está la clave, es el cómo se ponen esos límites.
No existe una etapa de la vida tan maltratada como la infancia. Los menores sufren humillaciones continuas y faltas de respeto constantes. Desde mira, es que es un terrorista, hasta, está hecha una filfa que no come nada, me tiene harta, hasta cosas muchos peores como cachetes, bofetadas o ridiculizaciones del tipo: ¿es que eres idiota? ¿No ves que nos estás interrumpiendo? Te lo he explicado mil veces ¿es que eres bobo o qué te pasa? y me quedo corta, muy, muy corta.
Sin embargo, para ganarse el respeto de los niños, hay que hacer todo lo contrario, tratarles con respeto y ESTAR con ellos, el mayor tiempo posible.
Pero es que se pone imposible, me dirán. Patalea, grita, llora…pues lo siento, su hijo tiene un sistema nervioso que aún no está desarrollado y no sabe regularse, usted sí. Así que el que tiene que comportarse como un adulto es el adulto. El que no tiene que gritar ni descargar su ira con una bofetada es el adulto.
Porque no, una bofetada no quita ninguna tontería. ¿O es que usted en el trabajo, si discute con alguien, le arrea una bofetada? O si se confunde en su trabajo, ¿le gusta que le corrijan con respeto, o con humillaciones y gritos?
Pues háblele a su hijo como hablaría a su jefe.
Sé que esto es muy complicado en según qué situaciones, pero un cachete es y será siempre una negligencia y una falta de regulación del adulto. Lo mismo ocurre con los gritos y humillaciones, que traen en muchos casos peores consecuencias.
Hay que tener en cuenta que ante la falta de tiempo que tenemos hoy día, los niños quieran mayor atención de sus padres, como es normal. Y en muchas ocasiones, la única manera en la que le prestan atención es si “hacen algo mal”. Esto es muy triste, porque el niño prefiere que se le riña a la nada. Y así, aprenderá a relacionarse de esta manera en el futuro, repitiendo patrones en el que la única manera que conoce de que le quieran, sea tratándole mal.
Por cierto, se está escuchando estos días la nueva medida de conciliación que se propone en Madrid, en la que los niños van a estar 11 meses durante 12 horas en los colegios, es decir, delegando la educación en los maestros por si tuvieran poco, y privando a los niños de sus padres y el tiempo con ellos. Esto no es conciliación, esto es un ABANDONO A LA INFANCIA en toda regla. Os seguiré contando en las siguientes columnas.
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