[dropcap]T[/dropcap]odos queremos pertenecer a la Europa de Erasmo, Cervantes y Shakespeare. A la Europa del humanismo y la razón.
Lo que no está claro es que todos queramos pertenecer a la Europa del extremismo neoliberal y del nacionalismo xenófobo. Y menos aún a una Europa en la que la ultraderecha, con la ayuda y el apoyo de los neoliberales, se hace con el poder.
Del extremismo neoliberal podemos decir que supuso en Europa un vuelco ideológico radical, una auténtica involución inspirada en el capitalismo salvaje estadounidense, y que truncó y desechó el paradigma social de posguerra que nos trajo el Estado del bienestar.
Ha sido un retroceso en las ideas y las prácticas que nos ha hecho mucho daño, justo en el momento en que ese mismo extremismo neoliberal revelaba en USA sus últimas y peores consecuencias con el auge de los nuevos bárbaros de la ultraderecha americana, el negacionismo de la realidad, el acoso a la ciencia, y la llegada al poder de Trump, que puso guinda a su mandato y a todo ese proceso de deterioro social y político con el asalto fascista al Capitolio de USA.
En cualquier otro momento o con otros políticos al frente de los destinos de Europa, lo que ocurrió en USA habría sido suficiente para recapacitar sobre el error de imitar el extremismo neoliberal del país amigo y aliado. Pero no se hizo, lo cual nos da una idea del grado de enquistamiento de ese mal entre nosotros (muchos de sus apóstoles políticos han sido comprados con puertas giratorias), señal de que la plutocracia sigue vigente a pesar de sus destrozos, y de que los dueños del dinero son los que en última instancia detentan el poder en nuestra democracia europea imperfecta. Y lo hacen en su propio beneficio, no en el de la comunidad.
Ese paradigma reaccionario, que incluso ha llegado a defenderse contra la democracia y la libertad de pensamiento como «pensamiento único» afirmando que «no tiene alternativa” (cuando justamente es la existencia de alternativa lo que define la democracia), puso de manifiesto todo su potencial de daño con la estafa financiera de 2008, no solo por estar esas ideas en el origen de esa estafa, sino por haber inspirado también sus falsas soluciones, austericidas, donde fueron las víctimas de la estafa las que pagaron la factura. Este modelo debió perder entonces todo su prestigio e influencia, al menos en Europa, que venía de un periodo inspirado en un paradigma muy diferente, largo y exitoso, pero a pesar de unos teatrales y breves amagos de arrepentimiento y rectificación (algunos hablaron incluso de «refundación»), todo sigue igual.
No puede descartarse que todo este estado de cosas contribuyera a las primeras grietas profundas en el proyecto europeo y a la fragmentación del Brexit, cuando muchos ya no daban un duro por la continuidad de ese proyecto, y algunos países y ciudadanos europeos quedaban a la expectativa de comprobar si a los ingleses les iba bien con su experimento de secesión.
También ha favorecido el paradigma neoliberal la aparición en Europa de regímenes autoritarios a los que continuamente hay que estar llamando al orden. Y ya en los últimos tiempos ha impulsado el acceso de la ultraderecha neofascista al poder. Una hoja de servicios cada vez más oscura, que se traduce en un aumento creciente de la desigualdad y en un deterioro cada vez mayor de los servicios públicos.
Pues a pesar de ello, los actuales mandatarios europeos siguen imponiendo a países como el nuestro medidas propias y características del extremismo neoliberal, siempre a favor del deterioro del Estado del bienestar y en perjuicio de los ciudadanos, como es el caso del pago de peaje en las autopistas.
No aprenden. Gobiernan con anteojeras y en la línea de seguir implementando políticas antisociales y a favor de los dueños del dinero.