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Paseo con Mayoral y 60 años de arte en Salamanca

Javier Blázquez, profesor de Historia del Arte, amigo de Mayoral y un gran conocedor de su trabajo, pasea descubriendo anécdotas del genial escultor y su extensa obra
Javier Blázquez sentado en la escultura del Conde de Francos y Churriguera.

Quedada debajo del reloj. Aquí comienzan los paseos domingueros que realizará La Crónica de Salamanca este verano tomando como excusa las obras de los escultores, de los graffiteros o los poetas, para conocer mejor nuestra ciudad y poner en valor lugares o establecimientos singulares.

Javier Blázquez conoció a Fernando Mayoral a través de la Semana Santa. Recuerda que tomó contacto con él cuando el artista recibió el encargo de hacer la Santa Cena de Zamora. Fue en la Facultad de Bellas Artes a principio de la década de los noventa. Después afianzaron una amistad a través de la Tertulia Cofrade, donde invitaron a Mayoral a participar en más de una ocasión, y a través de la revista Pasión en Salamanca en la que el artista compartía dibujos. Ilustró durante muchos años el libro de relatos de Semana Santa. “Por aquí vino la relación. Fue el que nos hizo el cartel en 2005. Después con el Cristo de la Humildad se intensificó”, adelanta Blázquez.

Todo esto lo irá desgranando Javier Blázquez, profesor de Historia del Arte, a través del paseo que comienza a las 10.00 horas debajo del reloj de la Plaza Mayor. Tenemos la suerte de que ese día había pleno municipal, por lo que pudimos saludar al conde de Franco, escultura de Mayoral que mira de frente la puerta del Salón de Plenos.

Javier Blázquez junto a la escultura del conde de Francos de Fernando Mayoral.

Tardamos en salir de la Plaza Mayor, porque te puedes enredar y disfrutar viendo los cuatro medallones que tienen Mayoral, entre ellos el del general Wellington o el de Tomás Bretón “el último que esculpió. Ya era mayor. Es junto con Carnicero, que tiene más de treinta, y Óscar Albariño, con siete, el que más medallones ha realizado”, recuerda Blázquez.

Seguimos en la Plaza. Si quieres ‘charlar’ un rato con uno de los grandes escritores del siglo XX y que además fue profesor en el IES Torres Villarroel, entra en el Novelty y saluda a Gonzalo Torrente Ballester, otra de las obras de Mayoral. Sentado y viendo como pasa la vida.

Gonzalo Torrente Ballestter, en el Novelty. Fotografía. Pablo de la Peña.

Antes de enfilar la salida de la Plaza Mayor para ir a la plaza Poeta Iglesias, Blázquez comenta que Mayoral era una persona sencillísima. “No se pavoneaba. Hay algunos artistas que son geniales y engreídos, quizá se lo puedan permitir, porque son buenísimos. Pero, por regla general, los artistas buenos, suelen ser sencillos, porque no necesitan reivindicarse de otra manera, porque ya se está viendo cuál es su obra”.

Y para muestra una gran escultura, en la que se puede ver como el conde de Francos, observas trabajar a Churriguera. “La realización de esta obra es muy compleja, porque tienes que sacar muchas piezas para hacer los moldes. Es muy buena. Está muy bien ubicada. Mayoral sabía llenar muy bien los espacios. A medida que va pasando el tiempo, las superficies las va deshaciendo. Trabajo madera, algo de piedra, pero para él el bronce era lo mejor, porque decía que era con este material, donde se notaba la mano del escultor, ya que lo que toca la madera es la herramienta, no la mano. Pero, cuando estás modelándola en barro, el escultor deja la huella, luego si es una buena fundición del bronce, lo que hace es reproducirla”, matiza.

El conde de Francos y Churriguera. Fotografía. Pablo de la Peña.

Fernando Mayoral y Agustín Casillas son los artistas que más escultura urbana tienen, considerando los medallones de la Plaza Mayor, de Casillas salen 16 obras, y de Mayoral, también. “Les seguiría Venancio Blanco, que al margen de las piezas de la sala de Santo Domingo, tienen cinco esculturas urbanas”, matiza Javier Blázquez.

Una de las curiosidades que desvela Javier Blázquez en este andar es que la práctica totalidad de la obra de Mayoral, al menos la importante, se concentra en los últimos años de su vida. Después de la jubilación como profesor, que es cuando tiene estudio propio.

Quizá una de las razones de esta demora a esculpir fuera el que no se entendió la primera obra que firmó en la ciudad. El Alma de la ciudad, una escultura del año 1956, la realizó cuando llegó de París. Empieza como un vanguardista, formaba parte del Grupo Koiné, junto a cinco valores radicados en Salamanca: José Luis Núñez Solé, Manuel Sánchez Méndez, Ricardo Montero y Mariano Sánchez Álvarez del Manzano, que quieren introducir la modernidad en Salamanca.

La pena es que la modernidad no quería tener nada que ver con Salamanca. La primera obra de Mayoral la hace en 1956 y la colocan un lustro después. Estuvo muy pocos años en la plaza de la Constitución, –antes llamada del Caudillo–, la llevaron a Peñuelas de San Blas. “No entendieron la obra. Una cosa era el mundo del arte, que sí lo comprendió, pero ese es elitista y minoritario, y otra el gran pueblo. El político no se guía por lo que dicen los expertos, lo hace por la mayoría. No se entendió esa obra. Ahora pasa desapercibida. Allí no la ve nada. Creo que habría que reubicarla”, expone Javier Blázquez.

El alma de la ciudad. Primera obra de Mayoral en Salamanca. Fotografía. Pablo de la Peña.

Mal que le pese al que hizo esconder esa escultura allá por los años sesenta, la obra fue admirada, vista, fotografiada… por miles y miles de universitarios, porque allí, en Peñuelas, estuvo el comedor universitario que daba de comer y cenar a cientos de estudiantes cada día.

Lo que tienen los paseos, que de un tema sale otro, y recordamos que en la plaza de la Constitución también estuvo otra obra: La Constitución –la Pirámide de Kelsen- de José Luis Alonso Coomonte. Curiosidades de la vida, tanto la primera obra de Mayoral, como esta de Coomonte están ubicadas en la Vaguada de la Palma, quizá el ‘cementerio’ de nuestras esculturas. Que tenga cuidado la Náyade de Casillas, que cualquier día de estos la colocan en el antiguo barrio Chino.

“Las dos esculturas se pierden al no estar contextualizadas. Los escultores al pensar una obra, también piensan en el lugar donde se va a colocar. Ahora la de Coomonte y la de Mayoral están en lugares que no les corresponden”, analiza Blázquez.

Los pasos nos conducen al final de la calle San Pablo. Allí, encerrado entre vallas y repleto de hierbas secas está la escultura del poeta José Ledesma. “Se puede colocar la valla de otra manera para que la escultura esté con dignidad”, señala Blázquez.

La escultura del poeta José Ledesma. Fotografía. Pablo de la Peña.

Doblamos la esquina de la casa de los Niños del Coro y ya se puede ver a San Juan de la Cruz, pluma en mano, quizá escribiendo Aunque es de noche, por aquello de que la trajo a la actualidad Rosalía.  

El San Juan de la Cruz es anterior a las que hemos estado viendo –a excepción del Alma de la ciudad-. Esta es mucho más lisa, a medida que va evolucionando lo va deshaciendo más. “Es como una técnica impresionista aplicada a la escultura, porque para él rematar una escultura era matarla. Decía que siempre tienes que dejarla sin terminar, porque el virtuosismo es patrimonio de muy pocos artistas. Muy pocos se lo pueden permitir. El exceso de perfección acaba matando la escultura. Ese inacabado, que lo acabe el espectador… Mayoral va estando en esa línea, a medida que va pasando el tiempo lo vemos más en su obra. Seguro que a medida que vaya pasando el tiempo se irá revalorizando. Cuando vives con ellos, nunca valoras suficientemente a los artistas”, reflexiona Blázquez.  

Javier Blázquez, con la escultura de San Juan de la Cruz.

Mayoral era un artista completo. Pero es que en esa época se alinearon los astros en Salamanca. Además en la escultura hemos tenido continuidad. Ahora con la muerte de Mayoral. En poco tiempo se fueron todos los grandes. Estuvieron trabajando hasta casi el último día.

Mayoral se forma en San Eloy, se va a San Fernando, Madrid, donde saca la licenciatura en Bellas Artes y se dedica a la pintura. Hace alguna escultura, pero ante todo en estos primeros años es pintor. Las primeras críticas se refieren a Mayoral como pintor. Francisco Casanova escribía en La Gaceta sobre arte en los años 50 y 60. “Era el mejor crítico de arte que había en Salamanca, y urgía a Mayoral a que se decidiera de una vez por la pintura o la escultura”, comparte Blázquez.

Tenemos ese proceso en Mayoral, empieza como pintor y acaba en la escultura. Empieza como vanguardista, en la línea de la abstracción, como Sánchez Méndez, y acaba yendo a la figuración. “Bien es cierto que luego en la escultura, en su última etapa, aún siendo figurativo que eso es indiscutible, va deshaciendo la figura. Tiende al inacabado. Es muy interesante la figura de Fernando Mayoral. En su estudio tenía más de 300 cuadros de gran tamaño, sin contar los dibujos”, explica el profesor de Historia del Arte.

En sus inicios, Mayoral estuvo en Francia, en París, en Bretaña. Blázquez recuerda que en esas conversaciones con Mayoral tomando café, le decía que te coges el caballete y el maletín y puedes pintar donde quieras. Pero, si eres escultor no, tienes que llevar las herramientas y tener un estudio. “Por eso, hasta que no se asienta del todo, no se decanta por la escultura. Así se explica que la mayor parte de su obra escultórica es de los últimos años”, considera.

Eso no significa que durante su etapa como docente no hiciera encargos. Así podemos ver la rejería de la cafetería Baviera que es de Fernando Mayoral. Al igual que una escultura que hay en la entrada de un edificio en Torres Villarroel, frente a los cines. “En los primeros años admite encargos. También es cierto que en los años 50 y 60 se hicieron un montón de cosas buenas. Arquitectos como Francisco Gil o Fernando Población solían trabajar con escultores”, matiza Blázquez.

La escultura que se puede ver en el número 38, de Torres Villarroel. Fotografía. Pablo de la Peña.

Aquí recordamos que quizá el último artista que intervino en un portal fue Jerónimo Prieto en el de su bloque en el barrio de San José. “Hasta en Garrido hay esculturas y pinturas en algunos portales. Ahora, no”.  

Ya estamos terminando nuestro paseo tomando como excusa las obras de Fernando Mayoral y lo hacemos con la última de las piezas que concibió en su cabeza.

No podríamos entender la obra de Mayoral si dejáramos al margen la vertiente religiosa. “Era un intelectual del arte y la religión forma parte de la Historia del Arte. Cuando recibía un encargo, lo estudiaba a fondo. No era solo un ejecutor”, explica Blánquez.

Finalizamos el recorrido visitando la última obra que realizó Mayoral, la del Cristo de la Humildad, que se puede ver en la Iglesia de San Martín. Aquí, hay que hacer un inciso. No fue la última que inauguró, porque ésta sería la escultura dedicada a Vicente del Bosque, quizá la escultura más fotografía de Salamanca, que se encuentra en la plaza del Liceo.  

La escultura de Vicente del Bosque, en la plaza del Liceo. Fotografía. Pablo de la Peña.

El Cristo de la Humildad se termina en diciembre de 2017 y la de Vicente del Bosque se inaugura en 2018. Pero, Del Bosque lo empieza a hacer antes. De hecho, cuando la Cofradía Franciscana le encarga el Cristo de la Humildad ya estaba trabajando en la escultura del seleccionador de fútbol. “Pero, el Cristo tenía una fecha, porque iba a venir el Custodio de Tierra Santa a bendecirla. “Deja el Del Bosque, que estaba en barro, lo aparca unos meses, y se dedica al Cristo de la Humildad. Como concepción de obra artística, de las grandes, la última es la del Cristo”, recuerda.

El porqué de este conocimiento tan exhaustivo se debe a que Javier Blázquez es el hermano mayor de la Cofradía Franciscana, la que le encarga el Cristo de la Humildad a Mayoral.

Como anécdota, Javier Blázquez recuerda que Mayoral hablaba muy bien de Vicente del Bosque como persona. Al principio se resistió a hacer la escultura. El Ayuntamiento tuvo que emplearse para convencerlo. Al final, Vicente del Bosque fue varias veces al estudio de Mayoral. De hecho, allí tenía la chaqueta con la que el seleccionador ganó el mundial. “Cuando íbamos a ver al Cristo, allí estaba colgada”, comparte Javier Blázquez.

Encargarle a Mayoral el Cristo de la Humildad era casi una deuda histórica con el escultor. Mayoral hizo la Santa Cena, de Zamora y es el punto de inflexión en su faceta como escultor. Es una obra con 13 imágenes y la hace en un año.

La Semana Santa estaba en deuda con Mayoral. La Iglesia no, porque tiene el Cristo de El Zurguén y el de Pedroso de la Armuña. “Son dos Crucificados buenísimos”, analiza Blázquez.

Para Mayoral la figura del Crucificado es apasionante, porque es la perfección del hombre. Si haces escultura religiosa, en el Crucificado, la anatomía la tienes que dominar.

El Cristo de la Humildad esta en el altar de la iglesia de San Martín. Fotografía. Pablo de la Peña.

Javier Blázquez nos contará ya en la iglesia de San Martín con el Cristo de la Humildad como ‘testigo’ la intrahistoria que hubo detrás de la realización de la escultura. Una vez que eligieron a Mayoral, pidieron presupuesto de la obra, y vieron que se salía de sus cálculos. “Mayoral tenía su caché de artista. Pero, salió la impronta de Fernando. Nos dijo: “Yo ya me he metido con esto y lo voy a hacer. No vamos a discutir por el dinero. No va a ser obstáculo. Con el Cristo sigo adelante”, recuerda con emoción Blázquez.

Los salmantinos y demás visitantes pueden verla pasear en procesión por las calles del Casco Antiguo el Sábado de Pasión y los amantes del arte religioso la disfrutan cada día en el altar de la iglesia de San Martín.

“Es la culminación de todo lo que es la concepción del arte religioso de Mayoral. Tiene siete Crucificados y vas viendo un itinerario del artista. Todo lo que decíamos del non finito, de no terminar, se ve muy bien en el Cristo de la Humildad”, explica.

Es un Cristo del siglo XXI. Mayoral combina todo lo que es la tradición clásica, porque en la imaginería religiosa cuando está destinada al culto, no puedes asumir ciertos riesgos. Lo concibe para estar de píe. Incluye los últimos descubrimientos, como poner los clavos en las muñecas, no en las palmas. Tiene los cuatro clavos, que es una composición más tranquila, porque Mayoral no es de excesos. No hay sangre. Es el momento después de la Crucifixión. Justo cuando es clavado en la Cruz. Refleja el sentido de humildad.

Javier Blázquez y el Cristo de la Humildad.

El Cristo está hecho con madera de cedro del Líbano. Tiene una policromía muy sutil, porque Mayoral quiere que se vea la veta de la madera, los defectos, también el haber lijado la pieza. Mayoral no lo oculta. No hay trampa. “En él es el no acabado. No quiere la escultura rematadita… la quiere así. Son unas veladuras muy sutiles en una misma gama de color, que toma de la referencia del hábito Franciscano. Reduce al máximo el perizoma, el paño, es una composición a base de triángulo”, enumera Javier Blázquez.

Blázquez mira la figura y explica que acaban de ponerle los clavos y ves cómo está hinchado el pecho, porque la muerte en la cruz es por asfixia, al final te vas debilitando y dejas de respirar, pero justo cuando te clavan está el tórax intentando que entre el aire. “La fuerza de la escultura la consigue con la policromía. Huye del tremendismo. Es una escultura inmensa. No es imaginero, es escultor”, concluye Javier Blázquez.

Para ver la galería de imágenes, sigue la flecha.

niño de la capea

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