Opinión

Lo de Macron

Emmanuel Macron, presidente de la república francesa.

Lo de Macron se veía venir. El liberalismo -es sabido- suele vanagloriarse de defender los equilibrios y los contrapesos, o incluso de ser demócrata. Lo que pasa es que el liberalismo, o lo que con ese nombre nos venden, suele llevar una doble vida: una de cara a la galería, y otra subterránea de cara a los dueños del dinero.

En su última o penúltima metamorfosis, el liberalismo neoliberal, considera que la plutocracia no necesita contrapesos. Algo, por otra parte, nada nuevo y sí muy antiguo puesto que ya Quevedo nos había advertido que «Poderoso caballero es don dinero». No por casualidad Macron ha sido banquero antes que político. Y no por casualidad la posmodernidad respira un aire neofeudal. El de unos señores feudales que hacen y deshacen, y deciden los destinos de las naciones y de todos nosotros, porque tienen más dinero y poder que el Estado.

Lo de Macron por otra parte confirma la tesis tan fundamentada del «extremo centro». Es decir, que en el marco conceptual del «nuevo diccionario» que a pequeñas y reiteradas dosis nos va embutiendo el neoliberalismo, el «centro» es un simulacro con que se intenta disfrazar y enmascarar a la ultraderecha económica. En última instancia y a la hora de la verdad, se trata de un centro poco centrado y bastante extremista, sin contrapesos, aunque esto del «extremo centro» constituya prima facie un oxímoron.

Y esta ultraderecha que intenta disfrazarse de centro no es solo económica, como decimos, puesto que a través de sus proclamas tan promocionadas del «fin de la Historia» y del «pensamiento único», «sin alternativa «, nos va metiendo de contrabando un autoritarismo de nuevo cuño (la de los supuestos expertos, verbigracia los del austericidio) que no cree realmente en la democracia sino en una plutocracia que decide quién es «experto» y qué políticos le convienen al «sistema». De ahí al austericidio y a que las estafas financieras las paguen sus víctimas, solo hay un paso.

Los que de esto entienden lo explican mejor:

«Con la elección del conservador Barnier como primer ministro, el presidente francés otorga ‘de facto’ la llave de la Asamblea a la ultraderecha a la que pidió neutralizar en las elecciones legislativas» (El País).

He ahí una manifestación clara de la «doble vida» y del «doble juego» del “liberalismo” neoliberal, y que confirma algo que suponíamos y que no ignora ya casi nadie:

El «cordón sanitario» en el que teóricamente las fuerzas democráticas de la derecha civilizada iban a colaborar contra la ultraderecha racista, xenófoba, de raíces nazis y fascistas, se ha trasmutado por arte de birlibirloque en cordón sanitario contra cualquier intento socialdemócrata de reconducir y reorientar la deriva impuesta por el pensamiento único, extremista y neoliberal, que a todas luces ha fracasado.

Y cuando decimos que «a todas luces ha fracasado» nos referimos a fracaso económico, sociológico (en forma de desigualdad extrema), ecológico (muy importante), y de paz mundial, y que ha acabado por normalizar las guerras, sus desmanes y sus negocios, hasta extremos muy preocupantes. O sea, un fracaso múltiple debido al error histórico de considerar y propalar, para espejismo de los incautos, que la Historia se había acabado y que el mercado «libre» -por ejemplo, el mercado libre de las armas- es la solución para todo. Porque el problema -dicen-es el Estado. Lo cual tiene un componente de pensamiento mágico muy acorde con el retroceso que se pretende.

Habrá quien diga, a la vista de los hechos, que Macron (representante del poder del dinero) está descentrado. En realidad, quienes estamos descentrados, desorientados, y confusos, somos los incautos que no acertamos con el origen de nuestros males y nos creemos que el centro está donde nos dicen y que es una garantía de libertad. De ahí que gracias a Macron, «centrista» según la terminología del nuevo diccionario, la ultraderecha se haya hecho con las llaves de la Asamblea francesa, cuando en las elecciones no fue la opción mayoritaria apoyada por los ciudadanos. Es decir que el cordón sanitario que los votos de los ciudadanos habían refrendado, Macron lo ha roto de un tajo como si fuera un nuevo Alejandro “Magno” ante un nudo gordiano.

Evidentemente Macron intenta defender las «reformas» (otro invento de la neo-lengua) que le dictan los dueños del dinero, tan extremistas y reaccionarias como la del retraso de la edad de jubilación, y si para ello tiene que entregar las llaves de la Asamblea francesa a una extremista de la ultraderecha racista como Marine Le Pen, no le temblará el pulso.

Puede que llegue un momento en que la plutocracia ya no necesite máscaras, porque la democracia haya desaparecido de los ideales y objetivos de Occidente. Ese momento parece cada vez más cercano, si es que no ha llegado ya.

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