[dropcap]A[/dropcap]ntes de llegar a Mondoñedo tuvieron que hacer alto en Cadavedo para pasar la noche. Senén, el arriero maragato, lo decidió así porque sabía que no era conveniente andar por el Alto de O Fiouco con niebla…
[dropcap]A[/dropcap]ntes de llegar a Mondoñedo tuvieron que hacer alto en Cadavedo para pasar la noche. Senén, el arriero maragato, lo decidió así porque sabía que no era conveniente andar por el Alto de O Fiouco con niebla…
[dropcap]D[/dropcap]on Rosendo, párroco de Santo Estevo de Allariz, era a su vez el encargado de las obras en Augas Santas, y le habían llamado para arreglar un desplome en un edificio.
[dropcap]C[/dropcap]on la cara y las manos llenas de ronchones de los mosquitos de Antela, los viajeros llegaron a Allariz, la hermosa capital gallega de Alfonso X el Sabio. Fueron directamente a la casa de los padres de Pepiño, donde dejaron los enseres y, después de los saludos, Catorcena y los tres peregrinos fueron a dar una vuelta por la ciudad. Admiraron el airoso puente medieval y los cuatro cruceiros y oraron en la iglesia de Santiago.
[dropcap]A[/dropcap] poco de salir de Xinzo y antes de llegar a Sandiás, Catorcena, Pepiño y los tres peregrinos de Santiago sintieron la cercanía de la Laguna de Antela por la insufrible abundancia de mosquitos…
[dropcap]E[/dropcap]n aquella noche triste de San Policarpo hubo una familia que salvó sus vidas, pero perdió absolutamente todo lo demás. Es el caso que el hombre, al sentir como subía el agua, despertó a su mujer y a sus hijos y salieron de la casa, sin preocuparse de nada más. Parece ser que a su abuelo ya le había ocurrido algo parecido y lo contaba a menudo… Y este hombre fue de los que, con grave riesgo, se arrojó al Tormes varias veces, atado, para rescatar a otros… En dos ocasiones el éxito coronó su arrojo, hasta que, agotado y casi ahogado, fue sacado del agua con la cuerda…
[dropcap]L[/dropcap]levaba muchos años pegada al suelo la Vara de Villamayor... Aún no se había terminado –faltaba poco– la eterna obra de la Catedral Nueva. Maravillosos edificios, con sus grandes fachadas que dieron en llamar platerescas y otros más modernos, asombraban al visitante de Salamanca, ignorante hasta entonces de que en una ciudad, de no ser Roma, hubiese tanto y tan bello…
[dropcap]D[/dropcap]urante el verano del 94 me vino el recuerdo del cuento que siempre contaba mi padre a la hora de la siesta. Era el único que sabía e ignoro de donde lo sacó.
[dropcap]E[/dropcap]l otro día hablé brevemente de esas lápidas situadas sobre puertas de cementerios, a las que me he atrevido a llamar necropolitanas para diferenciarlas de las sepulcrales o funerarias. Y puse el ejemplo de una, situada en San Xusto de Cabarcos (Concello de Barreiros, Lugo). Pero no conté todo sobre ella, lo que voy a subsanar ahora.