– ¿Qué es lo que me quería comentar?
– Pues verá usted. Es que me tiene muy intrigado lo que ha escrito sobre la Vara de Villamayor. ¿Eso está basado en un hecho real, o es una leyenda que ha leído u oído en alguna parte?
– Pues no es ni lo uno ni lo otro. Es todo invención mía, pero se basa en algo real, que es la separación geológica entre los terrenos de la «arenisca de Villamayor» y de la «piedra celestina» u «opalina».
– Pero… ¿no son lo mismo, como una variación o diferenciación?
– Pues no. ¡Qué va! Son de muy distinta edad. La Arenisca de Villamayor es un conjunto de estratos que está datado con fósiles en el Eoceno medio, en su parte superior…
– ¡Ya! Son las tortugas y cocodrilos que usted estudió. ¿Noo?
– ¡Efectivamente! ¡Y los mamíferos que determinó Miguel Ángel Cuesta! Definen perfectamente una edad concreta. En cambió lo que estamos llamando la piedra opalina, celestina o vulgarmente «caleño» es de edad indefinida, sabiendo con certeza únicamente que es más antigua que el Eoceno…
– Pues si es más antigua…, estará debajo y no al lado, como dice que está. ¿Noo?
– Es que lo que las separa al este de la población es una falla, que hundió el bloque de Villamayor.
– ¿Una falla? ¿Y dónde está?
– No se la ve, como ocurre con casi todas las fracturas del Terciario de por aquí. Sólo en contadas ocasiones se pueden ver. Pero se deduce claramente. No hace falta hacer sondeos para comprobarlo, pero se han hecho y confirman lo que le estoy diciendo. A esta falla la llamé «de Santibáñez» y es de dirección SO-NE. Hay otra, paralela, más al este, que llamé «de los Pizarrales», que separa la piedra opalina de la pizarras paleozoicas. Sobre estas pizarras, en algunos sitios, aflora la base de los sedimentos post-paleozoicos en unos afloramientos muy pequeños, como ocurre en la antiguamente llamada «Peña del Hierro», donde hoy se asienta la Facultad de Farmacia…
– ¿Y todo esto se puede ver más al norte, en la Armuña?
– Pues no. Es que por ahí todo el relieve del Eoceno y las fallas que lo afectaron fueron recubiertos por sedimentos más modernos, del Mioceno, que ocultan la geología que está debajo…
– ¿Y al sur…?
– Ocurre algo parecido… Pero no hablemos de eso. Lo que nos ocupa es la separación de la «piedra de Villamayor» y la «celestina» por la falla «de Santibáñez». Aunque no se vea se deduce muy fácilmente si consideras la diferencia de edad. ¡No puede ser otra cosa! Y se me ocurrió inventar esta leyenda.
– ¡Ya! Y la piedra opalina se usó desde la riada de San Policarpo. ¡No es así!
– No exactamente. Lo que sí es cierto es que se empleó también para los zócalos de construcciones, como sustituto del granito, a partir de esa fecha. Pero ya se había usado antes, como lo certifican los dos últimos ojos del Puente, los más cercanos al Arrabal, que se debieron rehacer en los siglos XII o XIII.
– ¿Pero esos dos no se los llevó también la riada de San Policarpo?
– No. No. Vera usted. Antes de esa riada hubo otras, estando documentadas la de Los Difuntos, en 1256, y la de Santa Bárbara, en 1498. Y hubo más, pero no se debieron llevar ningún arco.
«Se sabe que los dos últimos arcos son muy antiguos porque muchos de sus bloques llevan la «señal del cantero» que es como se contabilizaba el trabajo de cada uno antes de que se formalizasen las contrataciones, siglos después. Y hubo muchas reparaciones del Puente entre riada y riada, por la deficiencias con que se hacían las obras. Sólo las construcciones romanas de la mitad norte resistieron una y otra vez los ataques del tiempo.
«Por eso en la entrada del Puente, en el Arrabal, las columnas conmemorativas con los escudos de Felipe IV y de Salamanca llevan la fecha de 1622, cuando la riada de San Policarpo ocurrió en 1626. ¡No se derribaron! ¡Ni tampoco los dos arcos finales! Cuando vaya por allí, obsérvelo y verá que son diferentes. ¡Y no digamos los romanos! En el lado de la columna con el escudo de Salamanca que mira a poniente hay una inscripción, hoy muy borrada, en la que pone 1681 como fecha de terminación de la reparación de los daños de la famosa riada.
– Bueno. Entonces la leyenda de la «Vara de Villamayor» es creación suya. ¿Y «Catorcena»?
– No. Ese cuento se lo oí muchísimas veces a mi padre. Y siempre era lo mismo, sin ningún cambio. No se sabía otro. ¿Dónde lo aprendería?
«Por más que he indagado no he conseguido saber su origen. En su pueblo, Casavieja, hoy no lo conoce nadie… ¡Claro que mi padre nació en 1898 y hoy no queda ningún contemporáneo suyo! ¡Y casi, casi, ninguno de la siguiente generación!
«Yo creo que lo aprendió cuando hizo la «mili», en Ávila. Pero no habrá nunca forma de saberlo con certeza.
– ¿Y no se le ocurrió cambiar el final, tan triste?
– ¡Cómo iba a hacerlo! ¡Sería como engañarle! Ahora bien, como muchas personas se han quejado de ese final he pensado que voy a continuarlo, resucitando a Catorcena. ¿No se hizo lo mismo con Sherlock Holmes y con otros personajes literarios? Pues yo voy a hacer eso…
«Lo que no sé es si mis relatos de las nuevas aventuras de Catorcena serán tan fantásticos como el anónimo original, pero… ¡LO VOY A INTENTAR!