Las Ferias de los años de la dictadura estaban ideadas para aquellos que tenían dinero para costeárselas. La mayoría de los espectáculos eran de pago. Se reducían a las corridas de toros a las que asistían las familias adineradas. El resto del personal se consolaba con ir a la salida del espectáculo para ver el ambiente de los que abandonaban la glorieta comentando las faenas que más habían gustado o el desastre de corrida que les había tocado en suerte.
La elección de la reina y damas de las fiestas, elegidas democráticamente en los años de la transición, era una forma de lucir a las hijas de las familias destacadas de la ciudad. Los actos religiosos en la catedral en honor de la Virgen de la Vega y la novena previa estaban enmarcados en el nacional catolicismo que se resistía a su renovación a pesar del Concilio Vaticano II. Para el común de los mortales solamente nos quedaban los gigantes y cabezudos, el Padre Lucas y la Lechera, y las atracciones de las ferias. Los caballitos, las norias, los churros, las rodajas de coco y los algodones de azúcar.
La democracia trajo a Salamanca la fiesta. Los salmantinos descubrimos que había otra forma de divertirse distinta a los bailes del Casino o del Campo de Tiro. En muy pocos años todo cambió, incluso la ubicación del Real de la Feria. 1979 fue el último año en que la Feria de Ganados se celebró en el Teso de la Feria. Los que somos un poco mayores conocimos toros, vacas, cerdos, corderos, cabras y otros muchos animales sueltos en el Teso y junto al Puente Romano, como una feria del medievo. Se podía ver a tratantes con fajos de billetes atados con una goma pagando las transacciones o firmando el trato con un apretón de manos.
En 1982 se trasladó el Real de la Feria a la Aldehuela desde su anterior emplazamiento en el final de Federico Anaya. Muchos consideraron que mal empezábamos, creyeron alejado e inaccesible el lugar elegido. Los feriantes se opusieron con fuerza. Ante tanta protesta y contestación medimos la distancia desde la plaza Mayor a cada uno de los lugares y resultó que estaba más cerca la Aldehuela que el final de Federico Anaya. Pero la gente es reacia a cambiar. No tenían en cuenta las protestas de los vecinos de Garrido, que se quejaban del ruido que producían las atracciones hasta altas horas de la madrugada. Si a eso le añadimos las molestias de las obras de las piscinas de Garrido y las del Parque de Würzburg, en aquellos días de fiesta no había quién pegara ojo.
Dedicamos 42.000 metros cuadrados de superficie de la Aldehuela al Real de la Feria, mucho más espacio del que tenía en Garrido. Pusimos un servicio de autobuses, instalamos aseos públicos, de los que carecía la instalación anterior, y se trazaron calles amplias e iluminadas que dejaban pasar con más comodidad al gentío en las horas de más concurrencia.
Los feriantes boicotearon la Feria por el cambio de ubicación, poniéndose de acuerdo y pujando a la baja en la subasta. El dinero obtenido en la misma lo dedicamos a promocionar el nuevo Real. La suerte nos acompañó y los salmantinos acudieron al recinto como nunca, buscando la novedad. Fue decisiva la valoración positiva de los visitantes. Habíamos eliminado el ruido de la ciudad y las instalaciones eran más cómodas. Acertamos, y casi cuarenta años después el Real sigue en el mismo lugar sin que haya sido cuestionado por nadie.