La generación con más conocimientos, mejor salud y medios no lo está pasando bien. Son muchos los que viven retraídos y faltos de ilusión, porque cada día se les hace más difícil tener trabajo, alquilar un piso o llegar a fin de mes. Demasiadas trabas, exigencias e incomprensiones. Que los mayores también las tuviéramos, no es excusa para desentenderse de ayudarlos. Mostrémosles confianza y apoyo. Ganarán ellos y nosotros también.
Datos hay, y a la vista está, que sus expectativas son frustrantes y se desenvuelven con más precariedad que viven sus padres y abuelos. Y no se trata que quieran se les regale un presente confortable y se les asegure un porvenir cómodo. Aspiran y procuran, como los “mayores”, a disfrutar de la vida en un entorno seguro y amistoso, conscientes que prosperar requiere esfuerzo y valía. Si la sobreprotección es nefasta, el abandono es ruinoso.
Una realidad difícil de sobrellevar motiva que los jóvenes se sientan marginados, se consideren víctimas y deriven a que se adhieran a posiciones políticas extremas y puedan acabar no tolerando la pluralidad por considerarla inoperante. A tener en cuenta es que por indignación se sale a la calle cuando la injusticia, la sinrazón o la incompetencia rebasan unos límites que la hacen inaguantable. Por justicia e interés, conviene hagamos porque no se llegue a esa situación.
Licenciado en Geografía e Historia, exfuncionario de Correos y escritor
Aliseda, una puta coja (2018)
Lluvia de cenizas (2021)
Puesto a recobrar el aliento (2023)
Sombras en el jardín (2024)