[dropcap]H[/dropcap]ace unos días me enviaron un relato, posiblemente muy visto «en las redes», que quiero comentar.
[dropcap]H[/dropcap]ace unos días me enviaron un relato, posiblemente muy visto «en las redes», que quiero comentar.
[dropcap]D[/dropcap]esde siempre ha sido costumbre en este pazo que mientras está naciendo un nuevo miembro de la familia, el padre esté plantando un arbolillo. Se trata de una tradición muy antigua, entroncada con ritos ancestrales, según parece. No hace daño a la Fe y la Iglesia de Dios Nuestro Señor lo permite. Debe ser el padre de la nueva criatura quien lo riegue la primera vez con agua bendita, traída de la vieja Ermita de la Virgen.
[dropcap]L[/dropcap]eer, leer, leer. Esa ha sido mi pasión, mi distracción, mi descanso… Y los libros… mi ansia. El pasar las páginas de papel entre mis dedos, mi vicio…
[dropcap]A[/dropcap] la mañana siguiente Elvira –Ervigio–, con la cabra que le regaló Tomás, pasó por las casitas de San Pelayo y por la cruz erigida por los monjes extranjeros al lado de la ermita del Niño Mártir. Siguiendo las indicaciones del pastor se desvió hacia los escarpes que se vislumbraban desde Mediomundo. Al llegar a ellos no la fue difícil encontrar varias oquedades que podían ser usadas como habitáculos. Algunas tenían en la entrada una acumulación de bloques de piedra, como si hubiesen formado una valla protectora. Feliz por el hallazgo, Elvira escogió una para instalarse e inmediatamente comenzó a barrer el suelo y a organizarse.
[dropcap]E[/dropcap]lvira sufría por su pecado. Vencida por la carne, faltó a su honrado marido y cayó en la concupiscencia con un hombre de brillante palabrería, tonante y poderoso, sí, pero con el alma asesina y negra como el ala de un cuervo.
[dropcap]A[/dropcap]quella tarde Catorcena y Pepiño reunieron todo lo que creyeron necesario para su viaje y búsqueda dentro de la Cova do Rei Cintolo. Catorcena siguió el consejo de Lucinda, diciendo a Pepiño que en su interior estaba el Yelmo del Mariscal Pardo de Cela, pero nada sobre sus propiedades mágicas.
[dropcap]A[/dropcap]l irse el rapaziño, Catorcena, Pepiño y Senén quedaron impacientes por saber que tenía que decir Lucinda. Así que nada más terminar el ágape corrieron a la casucha de la sanadora. Pero ella se empeñó en hablar a solas con Catorcena, de modo que únicamente entró él. Una vela sobre la mesa y la lumbre que calentaba un caldero eran toda la iluminación del lóbrego cuchitril.